Posted on 24 marzo 2014
Tags: aniversario, Cuaresma, Lampedusa, papa Francisco, Reforma Curia
@jjaldogomez: Seguimos avanzando por nuestra Cuaresma, esa puerta abierta a la esperanza de la que te hablaba, mi querido amigo lector, en las veinte líneas del otro día, que en esta ocasión se extienden un poco más, pero la ocasión lo merece; y es que durante este camino de conversión, oración y encuentro con Dios, mientras esperamos la Resurrección de Cristo al mundo, a la vida y a nosotros mismos, quiero detenerme hoy en un aniversario.

Hace una semana estábamos recordando el primer aniversario del inicio del pontificado del Papa Francisco, ese Papa que llegó del fin del mundo, como él mismo lo describió en sus primeras palabras desde el balcón de San Pedro. Ciertamente da igual el lugar, pero no deja de ser curioso remarcar ese dato. Nuestra sociedad se siente primer mundo pese a la crisis y los problemas económicos y sociales. Nunca se pone en el final de la cola, en los últimos puestos, al contrario quiere sentirse primera. Durante este año, el Papa Francisco nos ha enseñado la importancia de sabernos últimos en muchas ocasiones. Detrás, sirviendo, entregándonos, amando… Es desde ahí desde donde se alcanza la meta, aunque vengas desde atrás, incluso desde el fin del mundo.
Resumir en esta pequeña columna todo lo que ha supuesto para la Iglesia este año es prácticamente imposible. Me quedo con la anterior idea, pero no me resisto a subrayar tres puntos de su pontificado, tres momentos que me marcaron, aunque hay otros muchos. Sus palabras ante la “vergüenza” en Lampedusa, donde el mundo permaneció casi como si no fuera con él ante aquella terrible tragedia de hermanos nuestros; su lucha por la paz en el conflicto sirio, siendo uno de los baluartes que frenó aquella guerra que muchos ya daban como hecha; y la reforma de la Curia, poniendo orden dentro de la propia Iglesia, porque, no lo olvidemos, aunque inspirada y movida por el Espíritu Santo, la Iglesia, sí esa que eres tú y soy yo y no sólo los obispos y los “curas”, está formada por hombres y los hombres muchas veces nos equivocamos.
Recemos por el Santo Padre. Encomendémoslo en nuestras oraciones y que Dios lo siga guiando en su importantísima labor al frente de nuestra Iglesia, como servidor y ejemplo de todos los católicos.
Posted on 22 diciembre 2013
Tags: @jmnunezsdb, #TiempoDeAdviento, Adviento, concertina, Cuarta semana de adviento, Encarnación, inmigrantes, Lampedusa, Melilla

Cuando estamos ya cerca de la celebración de la Navidad, nos erizan la piel las imágenes que han dado la vuelta al mundo y que publicó la RAI 2 en su telediario de hace unos días, mostrando el trato inhumano dado a los inmigrantes del centro de acogida de Lampedusa. Una vez más Lampedusa. Lampedusa como icono de la infamia y la indecencia de un mundo rico que deja al aire sus vergüenzas cuando pisotea los derechos fundamentales de las personas: en el patio, al aire libre y con temperaturas invernales, cuerpos desnudos a la vista de todos fumigados literalmente para combatir la sarna. Vacunados como ganado. Humillante. Indecente. Vergonzoso. Khalid, testigo cotidiano de cuanto sucede, va repitiendo al grabar las imágenes con su teléfono móvil: “como animales, nos tratan como animales”. Es un grito angustioso de denuncia y de decepción ante un espectáculo que recuerda, sin miramientos, a los campos de concentración de otras historias y otras épocas. Vallas ignominiosas que bloquean los sueños, cuchillas que laceran la piel o cuerpos desnudos despojados de dignidad ¿No son acaso la misma tragedia?
Esta cuarta semana de Adviento nos prepara a la fiesta cristiana de la Encarnación. La liturgia que celebraremos estos días nos recordará el realismo de un Dios que se hace uno de nosotros para abrir sendas de liberación en nuestro mundo. Los seguidores del Maestro no podemos perdernos en sensibilidades y nostalgias de un tiempo acaramelado a fuerza de una rutinaria fiesta social. Por el contrario, queremos mirar con ojos nuevos la realidad para descubrir la “carne de Cristo” en la piel lacerada de nuestros hermanos y hermanas que son machacados por la injusticia, la soledad o el abandono.
Vivir y creer la Encarnación, celebrar la Navidad, es hacer nuestro corazón más solidario; es no mirar para otro lado; es asumir la carne de Dios-con-nosotros en la debilidad de las vidas maltrechas de las personas que encontramos por el camino; es creer, contra todo, que el futuro es de Dios-nuestra-justicia y que podemos adelantarlo en el hoy de nuestra historia.
Celebraremos estos días con la impotencia que experimentamos ante un mundo que vomita la carne de Dios que son los pequeños y empobrecidos. Los cristianos seguiremos elevando nuestra plegaria para que “los cielos lluevan al justo”, para que la tierra se abra y surja un mundo nuevo, diferente, que hemos de hacer posible con el esfuerzo de los hombre y mujeres de buena voluntad. Cantaremos “Gloria a Dios en las alturas” y nuestra mente y nuestro corazón aquí abajo estarán pendientes del suelo, de las fronteras, de las vallas y cuchillas que impiden que, de veras, “la gloria de Dios sea que el hombre viva” (San Ireneo). Feliz Navidad.