Se cumple un año de la renuncia al papado del buen papa alemán. Probablemente un gran regalo para la Iglesia, un cambio de ritmo en el paso, que ha permitido un año lleno de sorpresas con Francisco.
Es probable que Benedicto XVI no sea llevado a los altares cuando nos deje, como si lo hará su predecesor. Seguramente no tuviera el carisma de Juan Pablo II, su don de gente o su saber hacer ante los medios de comunicación. No fue un papa de la calle, como parece que Francisco si quiere ser. Probablemente fue un ratón de biblioteca, que ama los libros, el conocer más, el estudiar más.
Pero ante este comienzo poco esperanzador se presentó un papa grande en obras, desde el comienzo del papado hasta su finalización. Su primera medida fue aplicar una política de tolerancia 0 hacia el drama de la pederastia, muchas veces ocultada en el pasado. Han continuado las acusaciones a la Iglesia y al papa Benedicto en este tiempo, probablemente desde un juicio más cercano a su imagen que a sus obras. Pero fue suficientemente valiente como para apartar de sus funciones públicas y de sacerdocio al fundador de uno de los grandes movimientos católicos nacidos en el S. XX (Legionarios de Cristo). Ha pedido disculpas a las víctimas en audiencias públicas y privadas, sabiéndose responsable. No podemos afirmar si es o fue suficiente, pero como en todo mostró su valentía.
Durante su juventud colaboró en el desarrollo del Concilio Vaticano II, como uno de los teólogos que apostaron por el nuevo despertar de la Iglesia, por su apertura de las ventanas para que los vientos del espíritu volvieran a soplar con fuerza. Durante dicho concilio se produjo una ruptura con uno de los grupos más tradicionalistas en la Iglesia: La Fraternidad Sacerdotal San Pio X. Con la intención de perdón del padre de la parábola del hijo pródigo, Benedicto XVI abrió los brazos con la intención de recibir a estos hermanos apartados. Pese a todos los esfuerzos recibió otro rechazo.
Comenzó el camino de la comunicación a través de las redes sociales. El papa Francisco sólo tuvo que utilizar su cuenta, pero el primero fue Benedicto XVI. Vino a Madrid a acompañarnos en una maravillosa JMJ. Escribió una encíclica preciosa sobre el amor de Dios «Deus caritas est». Y cambió el ritmo de la Iglesia y el papado.
Durante los últimos años del pontificado de Juan Pablo II, siendo el cardenal Ratzinger uno de los miembros más importantes de la curia vaticana pudo ver la pérdida de capacidades de comunicación, de movilidad e incluso de gobierno que el próximamente santo sufrió. Puede que este fuera uno de los más importantes motivos para la renuncia que ahora cumple un año. No ofrecer un espectáculo de sufrimiento y dolor ante las televisiones de todo el mundo. Además permitió que hubiera un relevo en el trono de Pedro sin un muerto en la espalda. Así es un poco más fácil traicionar la manera de trabajar del predecesor.
Hoy desde Al Tercer Día damos las gracias a Dios por Benedicto XVI, por el regalo que Dios hizo a la Iglesia y a todos los creyentes con él.
PS: Pese al texto anterior en el que mostramos nuestro afecto al anterior papa y a este, queremos afirmar que no somos la juventud del papa, como se cantó en Madrid durante la JMJ, sino que somos la Juventud de Cristo o la Juventud de Jesús.