#Juanky Aonso:

El momento exacto en el que entiendes algo.
Una torta en la cara,
un jarro de agua fría que despierta del letargo,
una llama que agarra el corazón y lo estruja.

Esa sensación era la única razón por la que estudiaba física y matemáticas. El placer de comprender. Por un segundo sientes el universo en tus manos. Por un segundo has encontrado el sentido de la vida y un segundo después se desvanece casi sin dejar rastro, pues han aparecido otras siete preguntas.

Sin embargo hubo un hombre que consiguió atrapar ese momento, esa sensación. Luchando contra la limitación del mundo viajó en el tiempo hacia lo profundo de la vida y cazó un segundo. Una milésima de segundo. La trajo de vuelta y la plasmó en un cuadro.

A ese hombre le llamaban Caravaggio. El momento que captó esta relatado al final del evangelio de Lucas. Y el cuadro se llama “Los discípulos de Emaús”.

Todo ocurrió al tercer día:

Dos de sus discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos trece kilómetros. Iban hablando de todos estos sucesos y mientras hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. Y les dijo: “¿De qué veníais hablando en el camino?” Se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, llamado Cleofás, respondió: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha sucedido en ella estos días?” Él les dijo: “¿Qué?” Ellos le contestaron: “Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo, cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, pero a todo esto ya es el tercer día desde que sucedieron estas cosas. Aunque algunas mujeres nos han dejado asombrados: fueron muy temprano al sepulcro, no encontraron su cuerpo y volvieron hablando de una aparición de ángeles que dicen que vive. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres han dicho, pero a él no lo vieron”.

Entonces les dijo: “¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?” Y empezando por Moisés y todos los profetas, les interpretó lo que sobre él hay en todas las Escrituras.

Llegaron a la aldea donde iban, y él aparentó ir más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y ya ha declinado el día”. Y entró para quedarse con ellos. Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado.

Y se dijeron uno a otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” Se levantaron inmediatamente y volvieron a Jerusalén.

(Lc 24, 13-33)

¡Es el momento exacto en el que los discípulos reconocen a Jesús!

El momento exacto en el que lo entendieron todo.
La torta en la cara se convirtió en torta de pan.
El jarro de agua fría en jarra de vino.
Y la llama que agarra el corazón y lo estruja, ya no se desvanece. Se queda ahí para siempre.

Si ya es maravilloso entender una pequeña ley matemática, ¿cómo debe ser entender la vida, descubrir que Jesús vive?

Caravaggio pintó el hueco que se te ha reservado en la mesa. Puedes rellenarlo como el posadero, que no entiende nada de lo que allí ocurre y no tiene pinta de importarle mucho. O como la posadera, demasiada ocupada en su trabajo. O puedes acudir como los discípulos. Recorriendo el camino, escuchando sus palabras y compartiendo el pan.

Hay un montón de símbolos recogidos en el cuadro. Si os gusta, podéis encontrarlo en Milán. En Londres hay una versión anterior, también de Caravaggio. Y si queréis conocer más sobre él y usarlo para rezar y meditar sobre la eucaristía, os recomiendo el libro “La cena de Emaús”, de Antonio González Paz.

«La belleza salvará al mundo»

(F. Dostoievski)