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Kamikaze, pudrirte por dentro o bailar al son de la vida

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La vida no siempre sigue el plan previsto@PaulaMerelo: Kamikaze no va a ser la película más taquillera del año, ni hemos oído hablar demasiado de ella en los medios de comunicación, sin embargo, estoy segura de que va a servir para animar más de un videoforum pastoral, comunitario o entre amigos de esos con charla jugosa post-peli. Kamikaze habla de dolor, de soledad, de sinsentido, de vivir en el infierno personal más profundo, de la cotidianeidad de los problemas, de cómo cada uno buscamos distintas estrategias para sobrevivir a ellos… y habla también de encuentros, de la fuerza de la Vida que se abre camino en medio del dolor, de salir del aislamiento y dejarse alcanzar, de tirar p´alante con la vida… habla, porqué no, de Resurrección.

Slatan es un hombre joven de Karadjistan que ha sufrido los horrores de la guerra. Lo ha perdido todo: no solo lo material y a su familia, sino también la esperanza. Vive atrapado en el dolor y, como ocurre en ocasiones, otros se aprovechan de ese dolor y desesperanza para manipularle, convenciéndole de que si muere por su país a la vez que se lleva consigo la vida de otros muchos seres humanos, será recordado como un héroe por las generaciones futuras. Slatan opta por canalizar su dolor a través del odio. Va a convertirse en kamikaze para recuperar la dignidad de su país: se subirá a un avión que sale de Rusia con destino a Madrid y hará estallar los explosivos que lleva alrededor del cuerpo, arrebatando así la vida también a todo el pasaje.

Sin embargo, el destino, el azar, la suerte, las casualidades de la vida (la Providencia tiene tantos nombres diferentes…) harán que el vuelo tenga que ser cancelado por un temporal de nieve y Slatan es trasladado a un hotel junto a todos sus compañeros de vuelo, al menos, durante una noche (aunque finalmente será casi una semana). Aislados por la nieve, el grupo irá conociéndose mientras comparten un desayuno, un bingo, una cena, un paseo… Vidas que se cruzan y entrelazan descubriendo las historias personales en los compartires sencillos del día a día. Slatan, sin embargo, siempre está solo, no se acerca al grupo: sabe lo que va a hacer y cuál es su misión. El odio le mantiene prisionero de sí mismo. No puede mezclarse con la gente, no quiere mezclarse con ellos, pues sabe que en cuanto despejen el aeropuerto, todo estará acabado. Slatan se mantiene aislado pero el grupo comienza a acercarse a él: le guardan un sitio en la mesa, le invitan a jugar al bingo… e incluso todos ponen de su parte para ayudarle a secar los explosivos cuando, al entrar en la habitación, los encuentra empapados y pide ayuda haciéndoles creer que son medicamentos. Son estos pequeños gestos los que van tocando el corazón de Slatan y diluyendo su odio, como la pequeña gota de agua que, sin fuerza, diminuta, impotente, poco a poco va horadando la roca. Y llega el momento de la gota definitiva: la noche en que el hijo de Lola, un niño de 9 años que se ha quedado sordo por las palizas de su padre, se pierde a treinta grados bajo cero. Todos se apresuran a salir a buscarle y buscan a Slatan para que les ayude. Slatan, sin embargo, se niega a ayudar: sólo entiende de venganza y el rencor le paraliza, incluso cuando siente penetrante la mirada directa de la madre del niño que no puede creer su reacción. Nadie fue a ayudarle a él cuando su hijo murió y ahora no piensa moverse para ayudar a nadie. Todo el grupo sale. Slatan se queda solo en la nieve hasta que se sienta a su lado el pianista argentino sin nombre (Héctor Alterio) que le habla de su paso por Auschwitz donde perdió a toda su familia y le comparte con rotundidad la frase que da sentido a toda la película: «por mucho que hayas sufrido, hijo, siempre hay alguien que ha sufrido más que tú. Y sólo tienes dos opciones: pudrirte por dentro o bailar al son de la vida».

No os cuento el final pero sí termino afirmando que Kamikaze habla de las redes de ternura que somos capaces de tejer; de los lazos humanos que son capaces de alzar del frío infierno; de las miradas que tocan el corazón; del amor que vence a la muerte, no en forma meliflua o ñoña sino desde la fragilidad personal, a través de gestos pequeños; del compartir de la vida que nos hace más humanos; de que la Vida vence a la muerte y llama a la Vida… habla, porqué no, de Resurrección.

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