Hoy somos voz,
voz sin rostro.
¿Qué más da el rostro
cuando habla el corazón?
Hoy, Señor,
soy voz que vive cada día
y cada día
muere por verte,
por mirarte de frente
y que me digas
«aquí estoy, contigo,
yo soy tu Padre
tú, mi hijo».
Y yo hago y hago cosas:
cuido de los míos,
intento perdonar,
me acerco
al que está herido.
Pero no conoce
nadie mi lucha:
lo que hago
parece vano.
¿Soy invisible?, me pregunto,
«lo eres para el mundo»
me dices desde dentro,
desde el lugar secreto
en el que Tú, Señor
me habitas.
¿Por qué sigo?
Para dar GLORIA
a un Dios vivo,
por mi pulmón respira
y con mis manos trabaja.
Para dar GLORIA
a un Dios desconocido,
con mis brazos acoge
y por mi boca habla.
Para dar GLORIA
con mi vida,
con mis gestos,
con mi cuerpo,
que es su templo.
Me gusta ser invisible
y que tu gloria, Señor,
sea la que mi corazón llena
no quedarme con ella
que traspase mi frontera
y sea a ti
y no a mi
a quien mis hermanos vean.